Bajaba yo por Plaza España cuando recibí una llamada con propuesta para
cita inmediata de una de las agencias para las que trabajaba. El cliente,
madrileño que estaba de visita laboral, pedía un “servicio exprés”, que es como
yo llamo a los que son solicitados con urgencia. El sujeto quería una escort en
su habitación avisando con un cuarto de hora de antelación y yo pasaba por las
cercanías de su hotel “por casualidad”. Esa semana, como en todas las épocas en
las que estoy lúcida, ocurrían muchas cosas “por casualidad” y cuando colgué el
teléfono sonreí y no le dí más vueltas, no tenía tiempo para recrearme en la
magia de la vida.
Empecé a acelerar mi paso hacia el hotel donde se alojaba Eduardo y ordené
mis pensamientos para prestar atención a los automatismos que todabía no había
desarrollado por mi incorporación reciente en el oficio. Debía entrar en el
hotel con decisión y soltura, encontrar los ascensores y todo estaría casi
resuelto, después una vez con él debía pedirle que me permitiera ducharme, ya
que había estado buena parte de la mañana recorriendo Barcelona y había hecho
una última carrera para no hacerle esperar.
No me gustaba nada la idea, no solo porque no cuadraba en mis protocolos
sinó porque no me gusta que al cabo de dos minutos de conocerme un cliente me
vea ya desnuda, anulando todas las posibilidades de seducirlo poco a poco
quitándome las prendas por partes; pero más que seducción lenta ví que lo que
Eduardo estaba pidiendo era un polvo rápido, así que continué adelante con mis
intenciones de asearme al llegar.
Por aquellos entonces no podía permitirme dejar de trabajar cuando tenía el
periodo, una compañera me había descubierto la existencia de las esponjitas
vaginales, y aunque no era una solución que me convencía, la presión con
las deudas que tenía no me dejaba lugar a poder tomarme esos días con
tranquilidad, así que aparte de la ducha una vez entrada en la
habitación del cliente me tocaba recordar meterme el invento ese para que todo
fuera bién.
El ritual de la esponjita era especialmente más laborioso en la fase del
después que en la del antes, ya que tampoco tenía práctica en el rescate
de ese elemento de dentro de las profundas cavidades de mi vagina. Para que os
hagáis una idea los que nunca habéis visto una de esas esponjitas es una
especie de tampón sin hilo pero de un material más suave, cosa que hace que
nadie más que la que la lleva lo sepa y pueda mantener relaciones sexuales sin
que la sangre salga al exterior ni haya ningún signo aparente de su estado
menstrual.
Con este invento descubrí la sorprendente longitud de mi vagina, sus
recovecos, la similitud que tiene con una cueva donde en cualquier rincón puede
quedarse una atrapada. Una cueva de paredes flexibles pero fuertes, un lugar al
que no había prestado tanta atención desde que parí.
En el último rescate de esponjita había acabado pensando que debería de
introducirme en las técnicas del fisting* si decidía continuar usándolas y se
sucedieron un seguido de acontecimientos que cada vez que relato entre
compañeras y amigos de confianza desato carcajadas y signos de sorpresa e
incredulidad. Nada, lo siento, mi lado campechano parece potente pero no lo es
lo suficiente para revelaros más detalles, solo imaginaros que mucho más
adentro de lo que penséis que podéis llegar por los túneles que van dirección
al útero se os queda un escurridizo trozo de unos cuatro o cinco centímetros de
una esponja atrapada y en ese fondo las paredes se empeñan en retenerla como si
se tratara de un tesoro, yéndose cada vez más adentro como más te esfuerzas en
cogerla.
Descubrí tarde que la esponjita no debe introducirse hasta el fondo más
fondo de buen inicio y que una vez lo has hecho si pasas toda una noche seguida
de polvo tras polvo y te olvidas de ella es posible que por la ley del “empuja
y tira pa’ dentro” el cacharro se haya buscado un hueco donde no llegan los
dedos por mucho que los estires, vamos, creo que no llegaría ni el inspector
Gadget con su ingenioso “Gadgeto brazo” ¿os acordáis?.
Punto y a parte, volvamos con Edward, que tenía prisa.
Abrí la puerta de la habitación después de superar las pruebas de entrada
al hotel, deslizándome por el hall como una infiltrada que va a realizar
una misión secreta, y detrás me esperaba mi cliente con sus ojazos azules, los
cuales me hipnotizaron y distrayeron unos instantes antes de empezar con
el show.
Unos ojazos de campeonato, muestras de educación y delicadeza, una
personalidad más bién retraída, mucho orden y respeto y bastante misterio, esto
es lo que recuerdo de mis primeras impresiones con Eduardo. Luego la ducha y la
esponjia con un poco de estrés y preocupación por mi parte y seguidamente le
tenía tumbado en la cama enfrente mío.
Le pregunté si había estado antes con una escort, ya que quería delimitar
la inseguridad que me mostraba y me respondió que sí, pero más tarde descubrí
que no era cierto. Qué lástima!...hubiera facilitado mucho las cosas, pero le
avergonzó sincerarse, así que eché mano de mi frescura y me puse manos a la
obra sin darle muchas vueltas, ofreciéndole un poco de masaje para romper el
hielo. No recuerdo si lo aceptó, pero al cabo de un minuto ya tenía su miembro
en mi boca y le practicaba una felación que le resultó muy placentera. También
lo besé en la boca y se me quedó gravado el cariño con el procuró tratarme y
hacerme sentir cómoda. De vez en cuando me sumergía en la profundidad del azul
de sus ojos y me dejaba seducir por su amabilidad. Por breves instantes ese
azul y esos signos de quererme hacer sentir cómoda me permitían evadirme y
llenar mi estado de encanto y magia. Siempre me agarro a esos signos que me
llevan a estar enamorada del cliente y de la situación, esos signos que
generalmente no son físicos y me permiten ser su más entregada amante durante
el rato que soy contratada.
Seguí con la felación llevándolo al éxtasis, le gustaba así y pronto me
avisó de que llegaba al final, sin aceptar la idea de correrse en mi boca (por
eso me avisaba...!), como si correrse en mi boca se tratara de una falta de
respeto o una cosa de degenerados.
Nunca me ha chiflado tener el semen de mis clientes en la boca, es una de
esas cosas que ni me va ni me viene, tiene su morbo y me trae pensamientos
interesantes respecto a lo que he leído sobre las tigresas blancas**, pero no
es algo que pondría en la carta de los reyes magos (jajaaa…: “Queridos Reyes
Magos, como este año he sido muy buena os pido que me traigáis mucho clientes
que quieran correrse en mi boca…”) o quizás no es una de las que pondría en mi
lista de prácticas favoritas dentro de mis relaciones laborales, pero nunca me
ha resultado desagradable ni me había parecido que alguien lo pudiera ver como
una falta de respeto o una guarrada de degenerados.
Pero tenía delante un cliente con prisas y justamente lo último que debía
esperar él era que yo le soltara un discurso sobre los prejuicios y los tabúes
en las concepciones subjetivas de las prácticas sexuales, así que dejé
que proyectara su corrida al viento y se esparciera por su barriga alegremente.
Luego saltó a la ducha casi sin comentar la jugada, solamente me dió la
información suficiente para que yo me quedara tranquila, estaba colmado de
placer y convencido de que mis labios eran los más hábiles que se había
encontrado nunca.
Su salto casi inminente a la ducha me recordó de nuevo sus prisas y salté
yo también a asearme para desaparecer pronto y dejarle seguir su camino.
Mientras me ponía los zapatos vi que él ya estaba listo y situado enfrente
mío me miraba fijamente. Me incomodó, pensé que era una forma de mostrarme su
urgencia por quitarme de en medio y le comenté que intentaría aligerar, a lo
que él, preocupado me respondió: -“No, tranquila, no hay prisa, me gusta
mirarte, tómate tu tiempo.” Y aquí yo empecé a dudar, ¿quería realmente que me
fuera corriendo o no? Le quedaba más de media hora pagada y me había adelantado
ya una buena propina, ¿no querría aprovecharla? Total, que nunca me ha gustado
irme con muchas dudas de una cita y intenté aclarar el tema, a lo que descubrí
que era su primera cita con una profesional del sexo y no tenía ni idea de cómo
funcionaba el tema. ¿Sabéis esas cosas que todos sabemos sin prestarle atención
por la experiencia...esas cosas que todo el mundo en algún momento debe
descubrir pero para ti ya forman parte de mecanismos inconscientes? Pues Eduardo necesitaba alguna información muy básica y se la intenté dar. Ahora lo que veo
es que sus conclusiones fueron algo así como: “Ya me he corrido, pues se debe
de terminar aquí el servicio…”.
-“Esque no sé cómo va exactamente, no sé lo que se puede hacer o lo que se
debe hacer…”, me comentaba avergonzado y perdido.
-“Mira, en una cita puedes hacer muchísimas cosas con la escort que has
contratado, lo más importante es que antes te asegures de que la escort
practica el tipo de servicios que quieres –griego, francés natural,
fantasías,etc.-, pero la hora que has pagado es tuya, yo soy completamente tuya
durante este rato que nos queda y podemos tomar una copa de cava para celebrar
habernos conocido, jugar una partida de ajedrez, hablar, pasear, hacer macramé…lo
que quieras, pero si quieres me voy y no deberías de sentirte mal por eso, tú
mandas y dentro de la amabilidad y el respeto que me has ofrecido debes
procurar tu satisfacción y bienestar. Las escorts no sólo ofrecemos sexo,
muchas tenemos el servicio GFE (GirlFriend Experience), lo que quierer decir
resumido que puedes plantearte casi cualquier cosa que desearías hacer con tu
novia. Dispones durante el rato que me has contratado de una novia sexy,
calentita y sin prejuicios, de una mujer inteligente y comprensiva para
charlar, en fín, de una compañera todoterreno que tanto puedes llevar de
aventuras al fín del mundo como a una cena en un restaurante de lujo.”
Y aquí vino la razón de este escrito, una respuesta que nunca olvidaré,
algo que no me esperaba, unas palabras que salieron de su boca con una
entonación llena de ilusión y timidez a la vez, una frase que me lanzó siendo
espontáneo por primera vez conmigo como un niño y me conmovió, os la escribo
entre escalofríos, me preguntó:
-“¿Te puedo hacer el amor?
Y aquí, yo totalmente descolocada, emocionada y sorprendida la cagué un
poquito soltando una gran carcajada, llena de ternura pero sin dejar de ser una
carcajada en un momento delicado, hasta que ví su rostro expresivo y corté la
risa en seco para pedirle disculpas.
Lo arreglé acercándome a sus labios despacio mientras le miraba
intensamente a los ojos (Dios!qué ojos!!) para besarle ya un poco más cercana y
invadida por esa emotividad que me había despertado su sinceridad y su
inexperiencia y nos volvimos a desvestir y ensuciar , cosa que no nos importó
lo más mínimo.
Pero como esto no es Pretty Woman, y yo no pretendo mostrar verdades
dobladas como hizo el guionista de esa película , os contaré un final real, el
final que tuvimos. Que no me quiten mi realidad, que no me la pinten ni
intenten idiotizarme, por favor, así como no acepto la cordura en mi vida sin
darle rienda suelta de vez en cuando a mi arrebato, no acepto que me intenten
pintar la vida de rosa asesinándole su crudeza, ni acepto el yin sin su yan.
Dixi, coño.
Me la metió desde detrás, yo medio apoyada en la cama rezaba porque la
esponjita estuviera cumpliendo su cometido cuando Eduardo paró un poco y me
comentó preocupado que así tardaría siglos en correrse, es decir, con el coito
se alargaba más el proceso que con la felación. “Mierda, pensé, con lo lejos
que habíamos llegado, tonto, si te quedan más de veinte minutos, ostias, porqué
no te sueltas y disfrutas? Porqué no se te contagia un poco mi “rauxa”…?”
Empecé a maquinar posibilidades, se me pasó por la cabeza alguna postura
con la que le rompería los esquemas porque se hubiera corrido cuando yo
quisiera. También pensé en despreocuparle, intentar que se relajara o volver a
la felación, pero simultáneamente a mis pensamientos el ya había pasado a la
acción, una acción muy simple que era salir de dentro mío, lo que puso delante
de sus narices algo que le alarmó más de lo necesario: una gotita de sangre en
la punta del condón. Una maldita gotita que para él fue la gota que colmó el
vaso, ya que supongo que imaginó que detrás de una gota puede venir un río.
La esponjita había permitido un apaño, pero no era miraculosa.
Propuso parar y volvimos a la ducha, mientras me juraba a mí misma que por
muchas deudas que me persiguieran no volvía a coger un servicio exprés ni
volvía a trabajar con la regla.
Ya no había forma de arreglarlo ni de saber cuáles serían las conclusiones
finales de Eduardo, no iba a intentar disfrazar la situación, con mis disculpas
era más que suficiente, no se puede volver el tiempo atrás ni torturarse
pensando en los “y si…”, así que me vestí y me fui tan elegantemente como pude.
No pareció enfadado ni por casualidad, intentó mostrarse comprensivo, era de
los míos, poco amigo de los conflictos y malos rollos y supongo que en parte
vió mi actitud de preocupación y lo sucedido estaba todo dentro de una cierta
normalidad aunque envuelto en sus prisas e inseguridad y mi gran capacidad por
estresarme y sentirme culpable.
No lo volví a ver, lo tenemos difícil ya que dejé pronto la agencia a
través de la cual me contrató. A veces pienso con insistencia en él
voluntariamente, ya que eso a veces me ha hecho reencontrarme con personas.
Intento pensar en qué debió pensar al marcharme yo, pero no le doy más vueltas
y me recito su frase como un mantra, ¿te puedo hacer el amor?.
Claro que puedes, Eduardo, y si lees esto, llámame.
Fosca
675.62.32.18
09/07/2014
*fisting: http://es.wikipedia.org/wiki/Fisting